La “Economía institucional” señala una variedad de tradiciones en economía relacionadas con las instituciones sociales vinculadas a la producción, la distribución y el consumo de bienes (Hodgson 2001, 345–346), así como las relaciones sociales correspondientes. Como tal, tiene un alcance de investigación muy amplio y tiene estrechos vínculos con otras disciplinas, como la sociología económica y la historia económica, pero también con la psicología, las ciencias políticas, la antropología, los estudios de negocios y administración, la biología, las ciencias físicas y en la actualidad también las ciencias cognitivas, la neurociencia y la ciencia del cerebro. Dado que la economía institucional es una disciplina muy diversa, es imposible una clasificación clara de la perspectiva de la economía institucional. Por tanto, a continuación, nos centraremos principalmente en el conjunto de teorías y análisis que han sido elaborados por la(s) Escuela(s) Alemana(s) de Historia y por la Economía Institucional Original (OIE, por sus siglas en inglés), también conocida como Institucionalismo Americano, o economía evolutiva-institucional. Como se mostrará más adelante (sección 1 a continuación y sección 8) esta definición de institucionalismo difiere notablemente con la Nueva Economía Institucional y su énfasis en el individuo. Por tanto, cuando hablemos a continuación sobre la economía institucional o el institucionalismo, nos referiremos (principalmente) a la perspectiva de la OIE.
La mayoría de los economistas institucionales conciben la economía como un sistema de organización social (formal e informal) relacionado con la producción, distribución y consumo de bienes o, en términos institucionalistas tradicionales, para la asignación de los medios de la vida socioeconómica y su reproducción. En lugar de presuponer ciertas características universales enraizadas en la naturaleza humana, la idea crucial es que las características concretas de las sociedades y las formas de organización económica varían considerablemente a lo largo del espacio y el tiempo. Al hilo de esta concepción de la economía, los institucionalistas intentan comprender los factores sociohistóricos concretos que dan forma al funcionamiento de la economía. Una característica clave para comprender la naturaleza social e histórica de la organización económica es identificar las instituciones sociales. En su sentido más amplio, las instituciones pueden definirse como “el comportamiento regular y modelado de las personas en una sociedad y (...) las ideas y los valores asociados con estas regularidades” (Neale 1994, 402).
Esta vaga definición de las instituciones permite analizar factores tan variados como los patrones de comportamiento de consumo y producción, por una parte, y los sistemas de creencias, por otra. Estos últimos incluyen, por ejemplo, creencias religiosas u otros “mitos capacitadores”, según los cuales Veblen entiende un conjunto de creencias como el racismo, el sexismo o el darwinismo social que permiten que ciertas formas (normativamente malas) de organización económica persistan. Además, se investigan los patrones de regulación estatal o la aplicación de tecnología, así como la compleja disposición de tales factores en la socioeconomía. Dada esta amplitud, todo tipo de fenómenos económicos pueden servir como objetos de investigación, lo que permite a los economistas institucionalistas plantear una amplia gama de preguntas diferentes. El conocimiento de la naturaleza cambiante de las instituciones implica también que muchos académicos desarrollan una actitud crítica hacia la necesidad de la existencia del statu quo, ya que esto podría cambiar fácilmente. Los académicos institucionalistas intentan comprender cómo emergen ciertos fenómenos económicos y se desarrollan a lo largo del tiempo (para un enfoque sistemático de las preguntas de investigación institucional, véase, por ejemplo, Elsner, 1987; 1986). Algunos ejemplos serían la transformación del capitalismo desde la producción fordista a la posfordista a lo largo del tiempo o la estabilidad relativa de ciertas regularidades de comportamiento (por ejemplo, en el consumo, de ocio o de movilidad) o acuerdos estatales. Los académicos comparativos se propusieron comprender las diferencias o similitudes entre las entidades y sus acuerdos institucionales (Elsner 1987), por ejemplo, el diferencial del PIB entre las (llamadas) economías desarrolladas y en vías de desarrollo o la convergencia organizativa entre empresas en diferentes ubicaciones y las diferentes dimensiones del desarrollo económico en general.
Así pues, los institucionalistas también rechazan el uso de supuestos y modelos derivados de forma deductiva y, por contra, a menudo aportan explicaciones muy detalladas y contextualizadas que intentan hacer justicia a la especificidad de la situación.
Hubo diferentes vertientes de economía institucionalista entre las principales tradiciones económicas desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, con Alemania y los Estados Unidos siendo los bastiones de la esta teoría. Posteriormente, el análisis institucionalista fue relegado a los márgenes a medida que las teorías “universales” más formalistas y abstractas se volvieron predominantes en la economía (Milonakis y Fine 2009, 297–300; Hodgson 2001, 57–59). En las décadas de 1970 y 1980 resurgió un interés renovado en las instituciones económicas a causa de las contribuciones de la Nueva Economía Institucionalista (marginalista) de la corriente principal (NIE, por sus siglas en inglés) y su comparación con la OIE (Elsner 1986). Los investigadores en el campo de la NIE se han centrado especialmente en asuntos como los costes de transacción y las interacciones de teoría de juegos entre individuos y organizaciones dentro de un entorno institucional constante o comparativo-estático (en lugar de evolutivo). Sin embargo, los temas institucionales más orientados al nivel macro, como la aparición y el desarrollo del capitalismo, también han sido objeto de la NIE (por ejemplo, North 1968). Aunque la NIE y la OIE, así como la Escuela Histórica Alemana, como se considera aquí, comparten algunos elementos e intereses de investigación, la NIE se basa principalmente en la concepción neoclásica del comportamiento económico racional (maximización a corto plazo) (para una evaluación crítica de la NIE, véase Samuels 1995, 578). En consecuencia, las contribuciones de la NIE se tratarán en breve en la sección 8 a continuación, pero este sitio hará hincapié en los trabajos de la OIE, la Escuela Histórica Alemana y, en menor medida, la tradición socioeconómica asociada con Max Weber entre otros. Se puede considerar que la Escuela Histórica Alemana comenzó en 1843 con la publicación del Grundriss por Wilhelm Roscher y su presencia en el mundo académico terminó con la muerte de Werner Sombart en 1941, a pesar de que desde entonces se han redescubierto y ampliado las ideas de los historicistas (Hodgson 2001, 59). La creación de la OIE se asocia a menudo con las contribuciones de Thorstein Veblen (1857–1929) y floreció en los Estados Unidos desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX.
Como el nombre “economía institucional” implica, el término institución es el elemento central para esta tradición de investigación. En un intento de precisar la concepción de las instituciones como comportamiento modelado, podríamos especificarlas como reglas sociales que estructuran la interacción social (Hodgson 2001, 294). Estas reglas posibilitan la acción social significativa al proveer a la gente un modelo para dar sentido a la conducta de otras personas en un determinado entorno, y de esta manera facultan a las personas para llevar a cabo la resolución de problemas y la innovación razonable. Solo la comprensión compartida de las reglas sociales aprendidas permite, por ejemplo, que los corredores de bolsa (o los comerciantes de caballos) concluyan contratos de compraventa mediante signos, y solo las reglas sociales compartidas en un aula permiten que el maestro y los estudiantes actúen de acuerdo con sus roles. En consecuencia, además de hacer posible la acción social, las instituciones también restringen ciertas formas de comportamiento. El Cuadro 1 ilustra las diferentes formas para conceptualizar las instituciones.
Es posible delimitar varios tipos de instituciones. Por un lado, están las instituciones formales, que están especificadas, codificadas y cuya violación a menudo se sanciona explícitamente. Algunos ejemplos de tales instituciones formales son los contratos, los estatutos de organización o las regulaciones legales. Las instituciones formales se complementan con y a menudo están respaldadas y fundamentadas por instituciones informales, que son más emergentes y difusas. A pesar de que las instituciones informales pueden ser observables, a menudo se dan por sentadas y, por tanto, no son reconocidas por los participantes, quienes incluso podrían considerarlas naturales o dadas. Algunos ejemplos de instituciones informales “naturales” serían ciertas categorías que delimitan grupos en términos de, por ejemplo, género u origen étnico, pero también prácticas rutinarias “culturales”) como no trabajar los fines de semana. Otra forma de distinguir entre instituciones formales e informales consiste en tratar a las primeras como reglas vinculantes y a las últimas como no vinculantes (Khalil 1994, 255).
Hay otra distinción importante para las instituciones informales, a saber, la distinción entre creencias y prácticas regulares. Las creencias pueden distinguirse con mayor precisión en creencias normativas (es decir, las reglas se convierten en normas en un proceso histórico) y en creencias cognitivas. Las primeros pueden concebirse, por ejemplo, como respuestas a las preguntas: ¿Que es lo correcto? ¿Qué se debe hacer?, mientras que las últimas consisten en respuestas a preguntas factuales tales como: ¿Cómo es el mundo? ¿Por qué suceden las cosas?, así como de declaraciones tales como los mercados existen y se manifiestan de esta o aquella manera. El dinero fácil causa inflación. En consecuencia, un sistema de creencias refuerza una institución cuando se comparte como una norma o una “verdad” en la sociedad.
Las creencias pueden distinguirse de las prácticas habituales, como los hábitos, las costumbres o las rutinas. Los hábitos son tendencias o propensiones psicológicas (disposiciones) a participar en una forma de acción previamente adoptada o adquirida (Camic 1986, 1004, citado en Hodgson 1994, 302). Los hábitos, a diferencia de las instituciones, se refieren al individuo. Son disposiciones no deliberativas para acciones repetidas realizadas por individuos. Sin embargo, los hábitos pueden adquirirse conscientemente, como en el caso de aprender una técnica para un trabajo particular que se base en una práctica y conocimientos específicos. Según Thorstein Veblen, los hábitos compartidos y el proceso de aumento de la habituación conducirán a la creación de instituciones en el nivel social. Las rutinas, por el contrario, se refieren a un grupo (por ejemplo, una empresa, como en Nelson y Winter 1982) y no a un individuo. Un ejemplo de una rutina sería la rutina de cómo un equipo de trabajadores organiza el funcionamiento de una máquina y logra una tregua entre intereses en conflicto (por ejemplo, compartir el conocimiento individual para facilitar el proceso de innovación). Dispondrán las aportaciones del proceso de producción de una forma espacial determinada y distribuirán las tareas entre los trabajadores, así como la secuencia de cuándo realizar cada tarea. El turno de noche puede organizarse de manera diferente al turno de día. Así, entablan diferentes rutinas.
Tanto las prácticas como las creencias difieren de los instintos, como las famosas referencias de Thorstein Veblen a los instintos del trabajo eficaz, la inclinación parental y la curiosidad ociosa. Estos instintos positivos se contrastan con instintos depredadores que inducen a una minoría a explotar el trabajo de otros y dedicarse a la guerra, la religión y el consumo despilfarrador. Para Veblen, ambas clases de instintos tienen alguna validez transhistórica, aunque se manifiestan de diferentes maneras según el contexto histórico.[1].
Los economistas institucionalistas aplican estos y otros conceptos a los fenómenos económicos. Esto significa que investigan instituciones económicas y conjuntos completos de instituciones que definen e integran mecanismos u organizaciones como “mercados” o empresas. Además, analizan las instituciones que proporcionan las condiciones sociales para que funcione la “economía”. Algunos ejemplos de estos últimos son los códigos legales y las normas culturales. Por último, el efecto de “la economía” en aspectos no económicos de la sociedad, como el efecto de las relaciones de propiedad capitalista en los sistemas políticos, es otro campo que puede analizarse. De nuevo, cabe destacar que se enfatiza la especificidad histórica de estas instituciones. En consecuencia, no existe tal cosa como “mercado”, sino una variedad de mercados definidos ampliamente por acuerdos de instituciones que integran el intercambio descentralizado. Por dar un ejemplo, una feria comercial en la Europa medieval es una cosa analíticamente muy distinta a la Bolsa Mercantil de Chicago de hoy (una gran bolsa de valores donde, por ejemplo, se negocian opciones y futuros), aunque ambas se incluyan en la categoría general –si bien ciertamente vaga– de “mercado” (cf. Hodgson 2001, 250–257).
Esto también implica que la frontera entre los fenómenos económicos y los no económicos a menudo se transgrede en la práctica. De hecho, las cuentas institucionales tienen que analizar su objeto de estudio como un orden complejo de factores económicos, políticos y culturales. Por último, las instituciones pueden considerarse cosas positivas (“instrumentales”, de resolución de problemas) que emancipan a las personas y mejoran sus vidas, así como cosas negativas (“ceremoniales”) que se emplean para la represión y la preservación del poder, el estatus y la riqueza en las manos de los ya poderosos. Institucionalistas como Thorstein Veblen y posteriormente Clarence E. Ayres, J. Fagg Foster y P.D. Bush (1987) se han referido a este doble papel de las instituciones como la dicotomía entre instituciones instrumentales y ceremoniales (Elsner 2012; Reuter 1996, 264–268). Véase también la encapsulación ceremonial en la sección 7 a continuación.
Tres definiciones de una “institución”
Concepción basada en reglas: las instituciones son reglas de comportamiento social aprendidas que guían, posibilitan y restringen el comportamiento en la interacción social.
Concepción basada en el equilibrio: las instituciones son equilibrios de juegos estratégicos (a saber, dilemas sociales/dilemas del prisionero).
Concepción de las reglas constitutivas: las instituciones se conciben como sistemas de reglas constitutivas que asignan estatus y funciones a las entidades físicas, por ejemplo, trozos de papel que se deben utilizar como dinero.
Cuadro 1: Tres definiciones de una “institución” (véase Hindriks y Guala [2015, 2] para saber cómo se relacionan estas concepciones y cómo se pueden enmarcar en términos de otras, véase el artículo completo).
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Los institucionalistas se adscriben a una ontología social que entiende a los seres humanos como seres sociales que derivan preferencias y orientaciones de valor del contexto social en el que están integrados, así como de la interacción directa con otras personas. Esta interacción no entra dentro de la categoría de interacciones de precio de mercado entre proveedores y consumidores. Así, en lugar de tomar el individuo y ciertas predisposiciones universales como el punto de partida definitivo de las explicaciones, se pone el énfasis en la dimensión sistémica. Históricamente, los académicos institucionalistas han hecho referencia a la ontología evolutiva basada en la población (filogenética) y al holismo (metodológico), mientras que los estudios más recientes han desarrollado una relación más matizada entre los actores individuales y la estructura en la que estos se encuentran. [2] Esta posición también ha sido denominada interaccionismo (Nooteboom 2007).
Desde este punto de vista, las instituciones se entienden como entidades sociales y, así, como estructuras sociales emergentes. No obstante, esto no significa que sean el resultado de una acción intencional o estratégica, ni que se puedan reducir a actores humanos individuales. Las instituciones no se conciben simplemente como instrumentos utilizados por los individuos para alcanzar sus objetivos. Más bien, se entiende como existentes (al menos potencialmente) independientemente de los humanos particulares que las han generado. Son, por tanto, factores cruciales que configuran la economía por derecho propio y se ubican en el centro de la atención (Reuter 1996, 137). En consecuencia, la investigación se centra en los fenómenos emergentes del nivel meso y macro más que en la acción individual (Elsner 2007, 2009). Esto no significa que las instituciones y los actores se conciban como independientes entre sí. Más bien, los actores y las instituciones se entienden como “mutuamente constitutivos” o en evolución conjunta. Así, las instituciones dan forma al contexto en el que operan los actores, pero al mismo tiempo los actores reproducen y cambian –de manera intencional o no– el contexto institucional en el que habitan (Samuels 1995, 573).
Esto implica que, en lugar de desarrollar un análisis estático de un entorno institucional (específico), la mayoría de los economistas institucionalistas entienden los fenómenos económicos como procesos situados en el tiempo y el espacio y atribuyen gran importancia a las cuestiones de estabilidad, cambio y replicación diferencial en las poblaciones (es decir, a la noción de evolución). De manera coherente con el énfasis en la especificidad histórica, se considera que el cambio institucional no está orientado hacia ningún ideal teleológico o final ni a un estado de equilibrio. En cambio, está determinado por las interdependencias contingentes y los procesos evolutivos que ocurren en un tiempo y espacio específicos. Si bien las instituciones se entienden, por su propia naturaleza, como relativamente duraderas y, por tanto, relativamente estables en el tiempo, comprender el cambio y los procesos por los que este ocurre es una preocupación central de los institucionalistas (Samuels 1995, 580). Su teoría del cambio institucional (Elsner 2012; Bush 1987) mira de cerca esas dinámicas interdependientes entre las instituciones instrumentales y ceremoniales, así como sus justificaciones. En este contexto, el análisis institucional no proporciona una visión monolítica simplista de la naturaleza humana, sino una comprensión historizada de la naturaleza humana. Así, rechaza la comprensión reduccionista de los actores humanos y enfatiza el papel del contexto en la configuración de la acción humana. Sin embargo, esto no significa que no haya ninguna concepción de la naturaleza humana en absoluto. Más bien, se concibe a los humanos como seres culturales que viven, trabajan y consumen en comunidades, lo que les confiere sentido y metas.
Esta comprensión histórica de los humanos y las instituciones hace que el desarrollo a lo largo del tiempo, tanto en términos de estabilidad como de cambio, sea uno de los temas centrales de la economía institucionalista. Sin embargo, los académicos institucionalistas también se han centrado a menudo en el poder y el dominio relacionados con la degeneración y (ab)uso de las instituciones para formalizar los desequilibrios y desigualdades de poder (Reuter 1996, 178). De hecho, el poder ha sido un eje fundamental del trabajo del famoso institucionalista John Commons, como refleja sus análisis sobre las distribuciones de derechos y deberes específicos en las transacciones. Otro signo que indica la importancia del poder para el análisis institucional es que el “poder” fue el foco de dos entradas de la obra Elgar Companion to Institutional and Evolutionary Economics, un hecho que se justifica por su centralidad en el pensamiento institucionalista (1994, XV). También se han incluido la escasez (por ejemplo, en algunos de los trabajos de Max Weber, cf. Hodgson 2001, 122) y la incertidumbre (por ejemplo, en el trabajo de Cliffe Leslie, cf. Hodgson 2001, 70–71) en los análisis de académicos asociados con la perspectiva institucional. Sin embargo, académicos institucionalistas como Clarence Ayres y John Commons han negado de manera virulenta la escasez como hecho ontológico y han tratado los recursos y, por lo tanto, la escasez, como una función de la cultura y la tecnología. (Reuter 1996, 275; Peach 1994, 167-168).
La economía institucional es un programa de investigación orientado a objetos (en oposición a la orientación a la teoría o al método) que trata de comprender las instituciones sociales y sus implicaciones en la medida en que se relacionan con la economía (Hodgson 2015, 2). Así, el trabajo de los economistas institucionalistas intenta comprender las complejidades asociadas con los fenómenos concretos vinculados al tiempo y el espacio. Como tal, se presta menos atención a la teoría y más a la búsqueda de patrones. Sin embargo, esto no significa que los economistas institucionales sean ateóricos. Más bien, aspiran a un grado generalización medio en forma de las llamadas teorías de rango medio. Estas se evalúan no en referencia al descubrimiento de alguna “verdad eterna” (por ejemplo, la ley de la gravitación; cf. Hodgson 2001, 14–16, sobre la utilidad limitada de las teorías generales en economía), sino de acuerdo con su valor práctico para comprender e influir en los fenómenos del mundo real a través del diseño institucional, las regulaciones y la intervención política.
El enfoque en los fenómenos concretos y, a menudo, una estrategia de investigación inductiva también significa que generalmente se rechaza la verdad ahistórica y metafísica. Así, el fundamento de la teoría institucionalista es una comprensión historizada del conocimiento científico. A pesar de que existe cierta tradición de investigación positivista dentro de la economía institucional –que en su mayoría se deriva del empirismo de algunos institucionalistas tempranos y su escepticismo hacia las teorías generales, arraigadas en el fondo de la Escuela Histórica Alemana–, se debe reconocer que la perspectiva en su conjunto reconoce el problema epistemológico del acceso al mundo real. Los temas de la construcción e interpretación sociales reciben atención especial en las obras más culturalistas de las tradiciones socioeconómicas (véanse contribuciones en Heise y Deumelandt 2015; Hedtke (ed.) 2015 para algunos ejemplos). Esto no significa que los institucionalistas sean constructivistas radicales o relativistas culturales plenos, no obstante, se considera que el grado de acceso privilegiado al conocimiento otorgado a los investigadores es limitado. En consecuencia, persiguen una comprensión filosóficamente pragmática del conocimiento (de acuerdo con Charles S. Peirce y John Dewey), que problematiza la naturaleza social de la cognición y el conocimiento y se compromete con una noción participativa de la ciencia (Reuter 1996, 75–76). Esto significa que los institucionalistas a menudo emprenden una forma de práctica científica que intenta sumergirse –al menos hasta cierto punto– en el asunto que aspiran a comprender mediante la reconstrucción de las representaciones y experiencias de los participantes a través de la investigación de archivos o entrevistas o incluso participando ellos mismos. Así, el análisis, la investigación, la cognición y el conocimiento se consideran procesos participativos de interés social que deben evaluarse de acuerdo con su impacto y utilidad para la sociedad.
Dada esta comprensión situada de la práctica científica, es comprensible que muchos institucionalistas hayan afirmado que no es factible separar los valores de la ciencia descriptiva, ni que se trate de un objetivo deseable. De hecho, la evaluación de la práctica científica con miras a su valor práctico ya indica que los institucionalistas consideran su trabajo en relación con la sociedad en general. Mientras que Max Weber –que a veces se incluye como institucionalista– defiende al menos la aspiración imparcial de las ciencias sociales (Rieter 2002, 152-153), la mayoría de los demás institucionalistas rechazan una separación nítida entre las consideraciones científicas y las normativas (Milonakis y Fine 2009, 94, 198; Reuter 1996, 134). Esto ha significado que los institucionalistas no se abstienen de involucrarse en políticas o prácticas de diseño y cambio social. Así lo pone de manifiesto la participación directa en la política característica de muchos estudiosos asociados con el institucionalismo estadounidense. El institucionalista John Commons, por ejemplo, participó en muchas comisiones de investigación industrial, así como en la redacción del New Deal y la legislación laboral y sobre el bienestar de los EE. UU. a nivel federal y estatal (Elsner 2006). Wesley Mitchell, otro institucionalista importante, fundó la Oficina Nacional de Estadística Económica en los Estados Unidos (NBER, por sus siglas en inglés) y su discípulo Arthur F. Burns más tarde se convirtió en parte del Consejo de asesores económicos de Eisenhower y sirvió como Presidente de la Reserva Federal bajo la administración de Nixon (Reuter 1996, 300-310). Los institucionalistas Gardiner C. Means y Adolph A. Berle fueron famosos economistas del Senado de los EE. UU. que desarrollaron la teoría de la corporación industrial y de la fijación de precios y la inflación en sus famosos informes del Senado a finales de los años 1920 y 1930 (Elsner, 2011).
El colapso de una demarcación absoluta entre la ciencia y otras formas de práctica también funciona en sentido inverso: muchos institucionalistas siguen un ideal democrático de la ciencia que fomenta una participación amplia en la práctica científica (Reuter 1996, 80–84). Marc Tool, por ejemplo, ha defendido un “principio de valor instrumental”, que debería informar a la opinión pública en sus juicios de valor para favorecer una reproducción suave del proceso de la vida social (Tool, 1977). Además, la ciencia debe esforzarse por mejorar la dignidad humana y reproducir (y no alterar radicalmente) la continuidad de las comunidades humanas con mejoras graduales (Reuter 1996, 322–326), de acuerdo con el principio de dislocación mínima (John F. Foster). Algunos ejemplos de tales avances podrían ser la construcción de medidas que amortigüen las inestabilidades del proceso económico, así como la mejora de la igualación social y económica, el fomento de la racionalidad o la mejora de los niveles de vida, incluida la nutrición, la salud y la vivienda, así como el fomento de la productividad (cf. Kapp 1976).
En cuanto a la metodología, los institucionalistas en su mayor parte rechazan la perspectiva deductivo-nomológica. Los economistas institucionalistas intentan comprender las complejidades asociadas con los fenómenos concretos vinculados al tiempo y el espacio.
Si se usara la dicotomía deductivo-inductivo –no como una descripción adecuada de cómo se hace ciencia, sino como una heurística que permite la comparabilidad–, se puede considerar que el enfoque institucionalista, debido a su énfasis relativo en el trabajo empírico, está más cerca del campo inductivo. No obstante, también hay muchos casos de erudición institucionalista que deberían ubicarse en una categoría intermedia entre la deducción y la inducción. Un ejemplo sería el enfoque abductivo sugerido por el filósofo pragmático Charles S. Peirce y el historicista alemán Arthur Spiethoff con respecto a la elaboración de nuevos tipos a partir de datos empíricos (Thieme 2015, 147 en Heise ed. 2015). Aún así, se puede afirmar que los institucionalistas rechazan la teorización deductiva excesiva y las largas cadenas de razonamiento. En lugar de ello, apuntan a la teoría de rango medio, donde los límites cualitativos se especifican con respecto a las acciones que se consideran posibles dentro de una institución o una estructura (Dugger 1979, 905).
Con respecto a la elección de métodos concretos, los académicos a menudo se basan en estudios de caso y cuestionarios (Dugger 1979, 906–907). Se puede decir que estos métodos son privilegiados en ciertas formas de investigación empírica donde el objetivo es analizar un fenómeno específico de forma sumamente detallada. Sin embargo, lejos de restringir los métodos a una serie rígida asociada con la perspectiva, el objeto de la investigación determina los métodos y estrategias a los que los estudiosos recurren y puede incluir métodos de investigación tanto cualitativos como cuantitativos. Las entrevistas cualitativas, la observación de campo, la investigación participativa y la investigación de archivos coexisten junto a la econometría, el modelado de la teoría de juegos y los métodos cuasiexperimentales (véase también Hodgson 2015, 2). Además, mientras que los académicos trabajan con una variedad de métodos diferentes, también hacen uso de la literatura secundaria, que se integra con los resultados de la investigación primaria. Esto no significa que todo valga. Los métodos como los experimentos de laboratorio y el modelado deductivo formal con un alto grado de abstracción son, por lo general, poco comunes. Sin embargo, los académicos institucionalistas que trabajan en el ámbito de la ciencia de la complejidad han incorporado modelos matemáticos y de teoría de juegos, análisis de redes sociales, modelos basados en agentes y simulaciones computacionales (cf. Elsner et al., 2015).
Otro método importante de teorización institucionalista es la identificación de los tipos en virtud de los cuales los arreglos institucionales (un estado o una empresa), los periodos (por ejemplo, la antigüedad clásica o el feudalismo) o las formas de organización geográficamente específicas (por ejemplo, el capitalismo alemán o japonés) se pueden clasificar de forma que transmitan significado e información (Hodgson 2015, 2). Algunos ejemplos de estos tipos son las etapas de desarrollo de los estados (por ejemplo, economía industrializada, economía emergente, economía recientemente industrializada, país menos desarrollado) y la posición de una economía en el continuo estado-mercado desde la economía planificada y regulada hasta la economía de mercado desregulada (libre) “neoliberal”.
Es importante señalar en este contexto que las categorías siempre serán impuras y difusas. Por ejemplo, las características de las formas de trabajo esclavo feudal todavía están presentes en el capitalismo moderno y algunos tipos de “mercados negros” han coexistido en las economías planificadas y reguladas de los países socialistas (Hodgson 2001, 333–334). Además, si bien las categorías o los tipos son intentos que tratan de destilar algunas propiedades esenciales de los fenómenos analizados, lo hacen a nivel epistemológico, lo que se enfrenta el problema de ser falible. Además, los cambios en el nivel ontológico pueden hacer que las tipologías antiguas se vuelvan obsoletas (cf. Sayer 1994, 162–165). Por otro lado, el desarrollo continuo de las teorías de estos diferentes tipos permite desarrollar teorías sobre las posibles transiciones de un tipo dominante a otro en un contexto histórico espacialmente limitado.
Con respecto a la comprobación de la validez de las teorías y los conceptos, se rechaza un método científico único epistemológicamente justificado en favor de un enfoque pragmático, que generalmente pregunta qué información se proporciona para una respuesta política particular a un problema socialmente relevante. De aquí en adelante, como ya se señaló en la sección anterior, se elige la metodología que mejor funcione para vincular la ciencia con la práctica.
Aunque, como se señaló anteriormente, los institucionalistas requieren que el conocimiento que producen sea socialmente útil, es difícil identificar unos objetivos políticos concretos. Esto no significa que sean apolíticos: en términos históricos, los académicos afiliados a las escuelas institucionalistas han sido abiertamente normativos y orientados a políticas concretas. Mientras que algunos institucionalistas de los Estados Unidos fueron muy activos en el período del New Deal (Elsner et al 2015, 351; Elsner 2011), algunos miembros de la Escuela Histórica Alemana elaboraron planes detallados para el desarrollo nacional de Alemania. Algunos historicistas alemanes como Friedrich List y Bruno Hildebrand desempeñaron cargos políticos, además de su trabajo científico (Rieter 2002, 143–144). Las posiciones políticas específicas han variado ampliamente, pero pueden identificarse algunos rasgos generales: La mayoría de los académicos adopta una posición escéptica con respecto del desarrollo de las economías capitalistas y defiende la intervención social y política en la economía (Milonakis y Fine 2009, 75–78, 114, 186; Elsner, 2001). A menudo se han defendido intervenciones en referencia al estado nación (Milonakis y Fine 2009, 75), aunque también existen enfoques que promueven la movilización de grupos o clases sociales. Sin embargo, a pesar de este punto de vista más o menos anticapitalista, el programa político de los institucionalistas está orientado hacia la reforma y no es revolucionaria. En la medida en que se considera que el cambio social e institucional es lento y, a menudo, también depende del camino –lo que significa que las condiciones iniciales que a menudo podrían ser arbitrarias definirán trayectorias que son irreversibles–, así como que el sistema económico se encarna fundamentalmente en estructuras sociales más amplias, consideran que el cambio revolucionario es una opción poco probable y arriesgada. El enfoque en fenómenos específicos vinculados al tiempo y al espacio sugiere una preocupación por mejoras concretas, en lugar de cuestiones sistémicas, mientras que el “ideal democrático” sugiere un compromiso con posiciones dialógicas inclusivas, en lugar de radicales. A pesar de estos rasgos comunes, las propuestas políticas específicas varían mucho: Mientras que algunos aspiran a desarrollar “la sociedad”, “el bien común” o “la nación” creando instituciones que puedan sacar partido del potencial del capitalismo, los institucionalistas más radicales o los marxistas-veblenianos, como W. Dugger, H. Sherman o P. A. O'Hara, adoptan una postura más agresiva y abogan por que las clases, el estado o la sociedad civil reinen sobre los procesos económicos. Más allá de estas orientaciones generales, las propuestas más concretas varían aún más, dado que los institucionalistas intentan formular políticas concretas de acuerdo con la situación y el contexto dados, en lugar de basarse en principios abstractos.
Tal vez como consecuencia de la aversión de la los institucionalistas a desarrollar una gran teoría “universal” o a resolver el problema económico transhistórico, existe una gran variedad de temas y análisis que han estado presentes a lo largo de la historia de esta perspectiva. A continuación, se presentan algunos temas de investigación ejemplares relacionados tanto con los antecedentes históricos como con las investigaciones más recientes. Otros temas de investigación que no se pueden explorar aquí por razones de espacio incluyen el predominio de las instituciones ceremoniales y la inestabilidad económica y social relacionada, la distribución desigual, la crisis e injusticias con respecto de la raza, la etnia y el género, la teoría de la empresa, la innovación y el cambio tecnológico o la democracia económica.
Un tema de investigación estrechamente relacionado con el trabajo de Karl Polanyi es la cuestión del arraigo (embeddedness). De acuerdo con este concepto, las actividades económicas y el mercado están arraigados en un conjunto más amplio de acuerdos sociales e instituciones como la cultura, las costumbres, la ley o el estado. Sin embargo, si los responsables políticos deciden aplicar la lógica del mercado de la ganancia monetaria y la mercantilización a la sociedad en general, esto tendrá consecuencias desastrosas (Polanyi, 1944). Las variantes de este argumento ya se pueden encontrar en la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith (Watson 2005; Elsner 1989), así como en La riqueza de las naciones. Más recientemente, el sociólogo económico Mark Granovetter (1985) ha retomado el concepto de arraigo y subraya la importancia de las redes sociales con respecto a la toma de decisiones económicas. En consecuencia, algunas investigaciones se han apartado de “el mercado” como concepto abstracto y se han dirigido hacia investigaciones empíricas sobre “mercados” concretos, las sociedades y los actores e instituciones que los crean y les dan forma (por ejemplo, García-Parpet 1986).
Históricamente, la relación entre la ley (instituciones formales) y la economía ha recibido un énfasis especial en este contexto (por ejemplo, en el trabajo de los Comunes, véase más arriba). Hoy en día, el trabajo sobre los derechos de propiedad en general y los derechos de propiedad intelectual en particular continúa esta línea de pensamiento (Elsner et al. 2015, 468; Hodgson 2001, 311–313; Elsner 1986).
Los académicos asociados con la perspectiva de la OIE también tienen vínculos con la economía ecológica y realizan un trabajo integrado en instituciones con temas relacionados con la degradación ambiental; algunos ejemplos de esta integración son las obras de Nicolas Georgescu-Roegen y Karl W. Kapp. Sus análisis apuntaron a la externalización de la entropía creada por la iniciativa empresarial y el sistema de “mercado” capitalista en general, que descargaría sus residuos a otros subsistemas como la sociedad y el medioambiente. Kapp (1950) se centró en el tema de la responsabilidad limitada de las corporaciones, lo que les permitiría disfrutar de los beneficios de sus empresas mientras trasladan los costes a otros sistemas. En este contexto, se emplean analogías físicas y biológicas directas para la sociedad humana y el sistema de “mercado”, en particular analizando a los seres humanos y la economía como sistemas abiertos y metabólicos (Elsner et al 2015, 347–350; Berger y Elsner 2007).
Mientras que los estudiosos de la Escuela Histórica Alemana se ocuparon de las diferentes etapas de las economías, que a menudo se desarrollaron históricamente desde ordenaciones menos avanzados a más complejas, la literatura más reciente se ha centrado en diferentes configuraciones económicas desde un punto de vista más descriptivo y menos teleológico. Esto se ejemplifica en Varieties of Capitalism (Hall y Soskice, 2001), donde se separan las economías en “economías de mercado liberales” (por ejemplo, EE. UU., Reino Unido) y “economías de mercado coordinadas” (por ejemplo, Japón, Alemania). Cada uno de estos tipos ideales se caracteriza por una configuración institucional específica relacionada, por ejemplo, con las regulaciones laborales, la educación y la formación profesional y las relaciones entre el gobierno, los sindicatos y la industria. La Escuela Francesa de la Regulación, una variante del institucionalismo derivado del marxismo, siempre ha profundizado en las diferentes constelaciones institucionales que componen las variedades del capitalismo. Otra clasificación con un enfoque analítico similar que también enfatiza los aspectos culturales es la diferenciación adicional entre las economías anglosajona, continental y asiática (Kesting y Nielsen 2008; Groenewegen et al 2007, 88–91).
Otro tema importante de la OIE es el papel de las grandes corporaciones. La preocupación por las corporaciones gigantescas surgió de la realidad en la que se encontraban los institucionalistas durante la Edad chapada en oro. Los análisis institucionales de la empresa comenzaron con la famosa Teoría de la empresa de negocios de Veblen (1904). Las primeras décadas del siglo XX en los EE. UU. se caracterizaron por corporaciones, como US Steel, JP Morgan y Standard Oil, que dominaban segmentos amplios de la economía. Los institucionalistas Gardiner C. Means y Adolph A. Berle fueron las principales figuras del análisis empírico de las nuevas realidades corporativas y sus consecuencias micro y macro desde la década de 1920 hasta la década de 1940. Las investigaciones sobre la naturaleza y el papel de las grandes corporaciones (ETN o CMN), a menudo transnacionales, volvieron a florecer en los años 50 y 60 y profundizaron en los temas de la cartelización, los precios intervenidos (en lugar de los precios del “mercado”), la separación del mercado laboral en empleos corporativos y empleos mediados por el mercado, así como redes de negocios en términos de propiedad, control y vínculos personales de ejecutivos de grandes corporaciones. La figura principal del análisis de este capitalismo planificado fue John K. Galbraith con sus obras, entre ellas El nuevo estado industrial.[3] Además, los institucionalistas Alfred Chandler, John Munkirs y F. Gregory Hayden también realizaron análisis empíricos sobre el entrelazado corporativo.
En las décadas siguientes, la relevancia de las grandes corporaciones pareció desvanecerse a medida que las pequeñas empresas ganaron relevancia y que las empresas flexibles y emprendedoras ganaban notoriedad, mientras que las corporaciones burocráticas gigantes se consideraron obsoletas (Amin 1994, 85-90). Sin embargo, esta valoración resultó ser prematura. En septiembre de 2016, The Economist publicó un informe especial sobre corporaciones gigantescas que señalaba que “la participación en el PIB generada por las 100 compañías más grandes de Estados Unidos aumentó de aproximadamente el 33% en 1994 al 46% en 2013. Los cinco bancos más grandes representan el 45% de los activos bancarios, frente al 25% en 2000.[4]”. La investigación de la red sobre la propiedad también muestra que la importancia y los vínculos de las grandes empresas están una vez más en niveles muy altos, con 737 entidades que poseen el 80% del valor de todas las empresas transnacionales (véase el importante análisis reciente de redes corporativas de Vitali et al 2011).
Un corolario para todo esto es la teoría de la hegemonía corporativa desarrollada por William Dugger. Esta teoría sostiene que un sector corporativo poderoso frustrará el pluralismo de creencias y la variedad de instituciones sociales como la escuela, la familia o las asociaciones religiosas. Si las creencias, las prácticas y las necesidades del sector corporativo son emuladas por otras instituciones y, así, desplazan a las creencias y prácticas que compiten entre sí, esto conducirá a una estructura social hegemónica (Dugger 1994, 91–95).
La encapsulación, como se mencionó, se refiere al proceso mediante el cual una institución que fue creada inicialmente para ayudar a solucionar un problema (por ejemplo, reducir la incertidumbre o superar un problema de acción colectiva) queda “capturada” por agentes que buscan una “distinción valorativa”. Esto significa que dichos agentes buscan defender una institución que ya no es capaz de responder a las circunstancias cambiantes, con el fin de preservar sus propios beneficios, que pueden, por ejemplo, consistir en ingresos materiales altos o en estatus y reconocimiento. Elsner et al. (2015) demuestran los efectos de la encapsulación desde una perspectiva de la teoría de juegos utilizando el ejemplo de rutinas corporativas jerárquicas que inicialmente sirvieron para reducir los costes de las transacciones, pero cuya motivación podría ser encapsulada por los deseos del personal directivo para preservar su estatus, lo que posiblemente conduzca a una respuesta inadecuada cuando las circunstancias externas cambien (2015, 403–411; además, Elsner 2012; Bush 1987). En este contexto, es importante observar la distinción entre una justificación de “práctica instrumental” de una institución, donde se argumenta que una institución está justificada porque resuelve un problema, y la justificación ceremonial de una institución, que apela a valores o mitos tradicionales.
En primer lugar, se explorará la relación del enfoque institucional (OIE) descrito aquí con la Nueva economía institucional (NIE). Los representantes destacados del NIE son Ronald Coase, Douglass North y Oliver Williamson (Hodgson 2015, 5). La separación principal de este enfoque es ontológica, ya que parte de la presunción de que los individuos con sus preferencias predefinidas crean instituciones para reducir los costes de transacción o los problemas de compromiso (cf. North 1990, 27–35). Esto no tiene por qué resultar en instituciones socialmente eficientes, ya que ciertos individuos en posiciones prominentes, como los gobernantes, podrían tener incentivos para crear instituciones ineficientes (dominadas por lo ceremonial) de las cuales obtendrían rentas adicionales. Además, los efectos de bloqueo e incertidumbre acerca de los beneficios de los cambios institucionales pueden desalentar un cambio institucional eficiente, ya que las concepciones de oportunidades y beneficios de los actores se basan en las instituciones actuales (North 1990, 4–8). En resumen, aunque a veces se realizan modificaciones en la dirección de una mayor influencia de la cultura o las creencias, al elegir comenzar y abstraer a partir del individuo, el NIE podría clasificarse más apropiadamente dentro de la economía neoclásica, ya que uno de los principios centrales de la economía neoclásica es el inidividualismo metodológico y el cálculo marginalístico estático (cf. Arnsperger y Varoufakis 2006, 7).
Otro campo relacionado pero separado es la economía cultural, que se acerca mucho a los estudios culturales y las humanidades. En lugar de comprender las instituciones en términos generales, la economía cultural se enfoca en los fenómenos culturales, mientras que descuida –al menos relativamente– los efectos independientes (o incluso la existencia de) factores materiales. Los académicos que trabajan en esta tradición se centran en formas de representación lingüísticas u otras (por ejemplo, varias formas de discursos que dan forma a las estructuras económicas) o en formas de práctica más corporales y estéticas, como el papel de las emociones, la experiencia o la creatividad en la acción social. Mientras que, empíricamente, hay muchas superposiciones con los economistas institucionalistas, las diferencias más grandes están relacionadas con la epistemología y la metodología. Los economistas culturales cuestionan y analizan de forma más radical el vínculo participante-observador, tienden a sostener fuertes nociones de constructivismo y destacan el papel de la interpretación y la subjetividad en la investigación empírica. Esto significa que están más claramente arraigadas metodológicamente en un marco interpretativo o hermenéutico.
La economía social o socioeconomía (Sozialökonomie) denota otro campo muy amplio que está estrechamente ligado o que incluso incluye los tipos de análisis institucionalistas que se discuten aquí. Reinhold Hedtke identifica este campo como estando definido por un enfoque del arraigo de la economía en otros sistemas, la existencia de historicidad o especificidad histórica, las motivaciones multidimensionales de los actores económicos (es decir, la maximización de la utilidad, así como las consideraciones sociales y morales) y, por último, una orientación explícitamente transdisciplinaria (Hedtke 2015, 15; acerca de la relación del institucionalismo y la economía social, véase Elsner 2017).
En lo que respecta a la interdisciplinariedad, la ciencia política (y los estudios internacionales como las relaciones internacionales/economía política internacional, cf. Cox 1981, por ejemplo) a menudo amplía aún más el foco a las relaciones de poder, que también se teorizan en la economía institucional. Si bien algunos institucionalistas han enfatizado el papel del conflicto y el dominio en la esfera económica, donde instituciones como las leyes, los valores y las tradiciones se crean para formalizar los desequilibrios de poder y las jerarquías (Reuter 1996, 178), los estudiosos de la ciencia política han tomado esto como su principal o único punto de partida en su investigación. El tratamiento de las instituciones y la cultura es, por supuesto, también un problema en la sociología y, a menudo, es difícil establecer una frontera clara entre la economía institucional y la sociología económica (cf. Kapp, 1976, 213, quien niega que sea posible la separación entre lo económico y lo social, en la medida en que la economía es el prototipo de un (sub-sistema metabólico abierto, que aumenta su complejidad a expensas de los subsistemas sociales y naturales). Además, el estudio sobre rutinas y hábitos tiene estrechos vínculos con la psicología. Al evaluar las instituciones formales, como los derechos de propiedad, las transacciones y las regulaciones, existe, por supuesto, una gran proximidad a los estudios legales (según la tradición de J. R. Commons, como se mencionó).
Por último, se debe enfatizar que la economía institucional en general comparte una historia común y muchos conceptos con la economía evolutiva. El institucionalismo estadounidense tuvo su punto de partida, como se mencionó, exactamente en la misma idea evolutiva (Veblen 1898). La economía evolutiva moderna ha puesto un énfasis mayor en las metáforas biológicas y físicas (no mecánicas) complejas y en los sistemas y poblaciones. Esto está sujeto a otra perspectiva (enlace). Además, el trabajo más reciente en economía de la complejidad (enlace a la página de la perspetiva) a menudo se basa en los análisis de los institucionalistas y agrega nuevos conceptos y métodos a los estudios anteriores (por ejemplo, Elsner et al. 2015).
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Como ya se señaló en las discusiones sobre ontología y sobre las diferencias entre el Institucionalismo (OIE) y la NIE, una de las diferencias clave de la OIE es el enfoque en las instituciones como cosas que tienen una existencia ontológica independiente de los individuos y que, por tanto, pueden concebirse como actores con sus propias capacidades. Como tales, moldean las formas en que se organiza la actividad económica de manera interdependiente junto con los individuos. Esto se opone fuertemente al individualismo metodológico de gran parte de la economía dominante. Otra diferencia en el nivel de la ontología es el énfasis en la dinámica, la evolución, la historia y las esferas sociales y ecológicas, cada una de las cuales es esencial para el análisis institucional. De nuevo, los análisis atomísticos y estáticos que a menudo están presentes en la corriente dominante se separan claramente de tal perspectiva.
En cuanto a los niveles epistemológicos y metodológicos, William Dugger ha elaborado algunas de las diferencias. Se ha centrado en las diferencias entre los modelos de patrones construidos por la OIE y los modelos predictivos de la economía neoclásica. En su opinión:
«Un modelo de patrones explica el comportamiento humano al colocarlo cuidadosamente en su contexto institucional y cultural. Un modelo predictivo explica el comportamiento humano al esclarecer cuidadosamente los supuestos y deducir las implicaciones (predicciones) de los mismos. (...) El modelo predictivo se prueba empíricamente comparando deducciones (predicciones cuantitativas) con observaciones. El modelo de patrones se prueba empíricamente comparando estructuras institucionales hipotéticas (patrones cualitativos) con observaciones. (...) En resumen, en el modo predictivo, una teoría es un conjunto de predicciones deducidas o inferidas de principios o suposiciones de nivel superior; en el modo de patrones, una teoría es un conjunto de patrones que encajan entre sí. Por un lado, el comportamiento individual se deduce de los supuestos de la utilidad y los resultados; por otro lado, el comportamiento individual encaja en una estructura institucional y la estructura institucional encaja en un contexto cultural (...) En resumen, una interpretación de la estructura institucional en la que Juan [o sea, “alguien”] esté integrado le otorga al institucionalista cierto poder para realizar predicciones generales y cualitativas, pero no específicas y cuantitativas» (Dugger 1979, 900–901, 905).
Journal of Economic Issues (JEI)
Journal of Institutional Economics (JoIE)
Journal of Institutional and Theoretical Economics (JITE)
Evolutionary and Institutional Economics Review
Review of Social Economy (RoSE)
Forum for Social Economics (FSE)
Cambridge Journal of Economics (CJE)
Escuelas historicistas alemanas
El historicismo alemán: Friedrich List,
Escuela histórica alemana: Karl von Schütz, Bruno Hildebrand, Karl Knies, Albert Schäffle, Paul von Lilienfeld, Adolph Wagner, Gustav von Schmoller, Georg Knapp, Lujo Brentano, Karl Bücher.
Neohistoricismo: Werner Sombart, Arthur Spiethoff, Alfred Müller-Armack
Escuela histórica británica (e irlandesa): T.E. Cliffe Leslie, Robert F. Hoxie, William Cunningham, John K. Ingram, Herbert Foxwell, Arnold Toynbee, William J. Ashley.
Institucionalismo Americano Original: Thorstein Veblen, John R. Commons, Wesley Mitchell, Arthur F. Burns, Clarence E. Ayres, Richard T. Ely, Alan G. Gruchy, John K. Galbraith, Gunnar Myrdal.
Nueva economía institucional: Douglass North, Oliver Williamson, Ronald Coase, Armen Alchian, Harold Demsetz.
Eruditos aún sin clasificar: Karl Polanyi, Joseph A. Schumpeter, Albert O. Hirschman, Simon Kuznets, Robert Heilbroner, Elinor Ostrom, Max Weber.
Lista de académicos que ganaron el Premio Veblen-Commons
Lista de expresidentes de la AFEE
http://afee.net/?page=governance&side=trustees_and_past_presidents
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[1] Para una discusión sobre los hábitos, véase Hodgson (2004).
[2] Hodgson (2001, 62) realiza una elaboración de las analogías ontogenéticas (organísticas) y filogenéticas (poblaciones) extraídas de la biología.
[3] Acerca de las ideas de Galbraith, véase la serie de televisión The Age of Uncertainty, https://www.youtube.com/watch?v=KGSID_Uyw7w
[4] http://www.economist.com/news/leaders/21707210-rise-corporate-colossus-threatens-both-competition-and-legitimacy-business, consultado el 25 de septiembre de 2016.
Título | Conferenciante | Proveedor | Inicio | Grado |
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Economics from a pluralist perspective | Prof. Dr. Irene van Staveren, Prof. Dr. Rob van Tulder, Maria Dafnomili (PhD re… | Erasmus University Rotterdam | incesantemente | debutante |
Political Economy of Institutions and Development | Richard Thomas Griffiths | Universiteit Leiden | 02.03.2020 | debutante |
State, Law and the Economy | Prof. Y.C. Richard Wong | n.a. | 24.03.2020 | adelantado |
An Introduction to Political Economy and Economics | Dr Tim Thornton | n.a. | 2022-01-30 | debutante |
Water Resource Management and Policy | Prof. Geraldine Pflieger, Dr. Christian Brethaut | Graduate Institute of International and Development Studies Geneva | a su propio ritmo | adelantado |
Introduction to Sustainable Finance | Liesel van Ast, Christopher Flensborg, Lina Apsheva, Dominik Brunner, Yannick M… | Skandinaviska Enskilda Banken (SEB) and Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit (GIZ) | a su propio ritmo | debutante |
The Association for Evolutionary Economics
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Association for Institutional Thought (AFIT)
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